No sé si es miedo lo que ves cuando echas la vista adelante y no ves nada. Nada. Ni una gasolinera, ni la chimenea humeante, ni carreteras, ni calendarios, ni huellas en el suelo. Es una sensación que nunca has vivido, siquiera imaginado. Como todos. Ninguno. Nadie. Jamás. Nos vaciamos ante el abismo de la gran duda que viene de lejos, variando su composición a diario. Nos arrodillamos ante el altar de la ciencia esperando una salida inyectable, podríamos arrastrarnos kilómetros así, sangrando, enterrando las burlas hacia los que llevan siglos adorando estigmas o la circularidad sagrada de las ostias. Despertamos aliviados cada mañana, confiando en que nuestro nombre siga sin salir de la vieja caja negra. Esperamos que un día nos salven la Gaia, el destino o el azar, que se apiaden de nuestros seis grados, mientras esperamos enfilados en la procesión lenta hacia el templo clínico.
Pero todo es tan incierto… Y cuando piensas demasiado llega eso. Eso que no sé si es el miedo.
Y entonces te vuelves propenso al anzuelo. Observamos una misma pantalla, te dicen, en tiempo real donde miles de detectives persiguen la huella del asesino invisible y mutante que se extiende, en directo, como la más siniestra de las plagas, eligiendo víctimas vecinas aleatoriamente, amenazando a todos, pasando a nuestro lado con sus alas oscuras y brillantes. Y no lo encuentran porque lo han creado ellos. ¿Lo ves ahora? Dudas. Abrázanos, te dicen. Tantas veces lo has visto y leído que casi no puedes creerlo, pero ahí está, agregan. Y te lo señalan, proyectan sobre la espalda del fantasma viejos vídeos en blanco y negro, de niños con idéntica cantidad de costillas marcadas, de órganos, de dientes y de hambre, esparcidos por todo el planeta. Súplicas y suelas de zapatos. Las mascarillas no sirven, dicen sonriendo. Y no sé si es miedo o un estado preliminar del subconsciente ante el por si acaso. Pero sientes que vas cayendo.
Un día, alguien te advierte que todo responde a un plan, a una estrategia del nuevo orden para dominarnos. Huelen la debilidad. Este asegura que todo es plano y exhibe un baúl de textos viejos y galimatías mal cosidos, acaso no ves que nos tapan los ojos con bozales legales. Aquel que quieren inocularnos para lavarnos por dentro de moral y quejas, someternos, robotizarnos y lobotomizarnos en masa. Te necesitan para reafirmar su sabiduría. Otro que huyas de la aguja, te ruega. Identificas en su voces el mismo eco profético del charlatán, mantras de falso místico, deslizando la seguridad tranquila del siervo que se cree ascendiendo por la arista de una mezquindad piramidal. Pero esgrime que el siervo eres tú, pieza prescindible de un puzzle diabólico. Y asientes, dando un paso lento hacia atrás.
Imaginas sus madrugadas de pupilas contraídas y dilatadas ante un buscador que todo lo vomita, libros digitales regalando teorías y excusas que sirven de alimento a cualquier mente, cualquiera, páginas y páginas ocupando el espacio de los poros, sobre pieles sin filtros, cubiertas de insomnio. Humanos que siempre has amado y que ves caminar perdiendo el pie de la razón, abocados a un vacío circular en el que habitan las telarañas.
Y no sé si es miedo lo que sientes, o lástima o piedad de ellos, ahogas la vaga envidia de su fe hueca y nefasta. No se ha inventado aún en nuestra lengua un término preciso para definirlo. Pero has abierto los ojos, para ver claramente que no quieres ver su nada. Das otro paso atrás. Y otro. Te das la vuelta y huyes del abrazo enmarañado.