‘Solo los vivos perdonan’, de Ismael Martínez Biurrun (Ed. Aristas Martínez)

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Pueden existir diferentes razones para que un libro me enganche. Puede que la propuesta argumental me atraiga desde el principio, puede que la semilla de la intriga eche raíces en mi curiosidad o puede que el estilo del autor conecte con mi estética. Pues las tres cosas sucedieron cuando me enfrenté a las primeras páginas de Solo los vivos perdonan (Ed. Aristas Martínez), de Ismael Martínez Biurrun, de quien no había leído nada con anterioridad. La ambientación gótica y el uso del lenguaje para generar tensión en las primeras páginas me fascinaron y desde entonces no pude parar de leer.

La historia se estructura en varios espacios y tiempos (hay un recuerdo traumático de la infancia que funciona como eje argumental), además de establecer una tercera dimensión, justificada mediante la enfermedad mental (bien por demencia o bien por causas médicas). Ser capaz de organizar el hilo narrativo combinando estos elementos parece algo verdaderamente complejo, especialmente si se mantiene durante más de trescientas páginas, lo que deja de manifiesto la maestría del autor para estructurar sus ideas.

Hasta la mitad de la novela (a partir de un hecho trascendental que dispara la segunda parte de la misma), la trama se desarrolla de manera casi lineal, si bien se ve salpicada con un adecuado uso de la analepsis para sembrar la historia que espera, latente, y crecerá más adelante. En este sentido, me ha parecido que hay dos historias dentro de la misma novela y, honestamente, encontré momentos de cierta confusión debido a las secuencias de los eventos de fantasía/ensoñación que sirven, unido a una narrativa hipnótica y de una estética notable, a la vez como elementos adhesivos que articulan con éxito la transición hasta el desenlace.

El tiempo adquiere una textura especial, participando en la acción veladamente. Hayamos eventos en los años 80, otros del tiempo presente, una prehistoria contextual que nos sobrevuela constantemente y esa temporalidad difusa propia de los sueños, de la fantasía y de la enfermedad mental, que envuelve el texto como un saco amniótico. Mención aparte merece el estilo, así como el uso del léxico para la ambientación y las descripciones, junto a una notable habilidad para cerrar las secuencias con gran aplomo estético, saltando de una esfera espacial o temporal a otra, dejándonos siempre con la necesidad de saber más.

Dolor, misterio y culpa se fusionan en esta novela, que abre diversos dilemas morales y éticos en torno al arrepentimiento, a las relaciones familiares, al odio y al miedo a afrontar nuestro destino o nuestra singularidad; pero también de ternura, de reencuentro y de perdón. El autor juega con los géneros y nos introduce por sendas que transitan los códigos del thriller, flirteando por momentos con el realismo mágico, aportando ciertas dosis de horror o surrealismo. Como dije, cuando una voz conecta con tus entrañas ya es difícil deshacerse de ella, y en Solo los vivos perdonan sentí cómo la historia me atrapaba desde el inicio.