“Una casa en Salinetas”, de Sergio Mayor (Ed. Karima)

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Después de “Ciudad Mori”, esperaba el nuevo libro de Sergio Mayor con un anhelo que era casi necesidad. He estado estos días de viaje en “Una casa en Salinetas” y he visitado un lugar universal que contiene tanto la dicha de la memoria como la desolación humana que nutre el paso del tiempo. Filosofía y poesía aparecen enhebradas para dar forma a recuerdos por donde sangra el tiempo perdido. Esa idealización de los años salvajes, de la luz divina del locus amoenus junto al mar queda presa en la deslumbrante erudición de Sergio Mayor, que ahonda en la desaparición de los lugares sagrados, que clama contra la evolución para salvar el recuerdo de los niños que “se volvieron hombres” a los que “les creció el cadáver”. Hay un lamento universal aquí, un grito contra la pérdida de las raíces, de los orígenes y del lugar-tiempo idílico casi mágico, del instante en que todos descubrimos la libertad, al ser  expulsados de esa prolongación del vientre materno que es la inocencia. Es la de Sergio una literatura sacramental, musical y salvaje que se convierte en llanto y en protesta contra la madurez humana, perversa destructora de la pureza.

Al autor le duele la violación del tiempo sobre la infancia, nunca se ha curado de ello y sabe que no se curará, solo queda apretar los dientes y seguir. Salinetas es la infancia convertida en lugar físico. Lo que más me sorprende es la capacidad del autor para expresar lo salvaje con un estilo lleno de pureza; no existe un hilo pero todo está conectado porque su prosa poética rebosa autenticidad.  Percibo en esta obsesión por el tiempo una herencia azoriniana, ese culto por el pasado enunciado con una desgarrada voz mitad oración, mitad disculpa por no saber si exagera en la propia idealización.

Leo el respeto a la estirpe genealógica, el mosaico de personajes míticos que pasaron por Salinetas, ese homenaje al mar, a la memoria de Arlenio, de Lotah, de Josué, de los niños con miedo, a las terrazas, al abismo bajo el mar, tan oscuro y húmedo como un embrión. El caudal poético, la potencia y la verdad que hay en la voz de Sergio Mayor son insobornables, casi abusivos. Uno no alcanza a desentramar todas las referencias pero no es necesario, porque coincidimos en la emoción, ya que todos tenemos una Salinetas en la que nos hicimos heridas cuyas marcas ya han desaparecido de nuestra piel: una acequia murciana, un páramo castellano, una montaña cántabra… Lugares que han sido casas, ahora con los muros desmoronados, cuya memoria necesita ser compartida para así no morir nunca. Literatura escrita para ser declamada.

“Se llamaba Salinetas, pero le llamábamos La Playa. Como la madre, que es universal, no necesita un nombre propio. Créame, no hubo madre como ella en la tierra”.

“¿Qué fue de mis amigos? Los hombres son unidades de tiempo”.